|
Escena:
00:20:16 - 00:24:52 /
Escena:
2:35:38 - 2:43:56 (Escenas 1 y
7)
El
director añade
dos largos duelos, uno al principio de la película y otro al final,
distintos a la novela de referencia, con un
mismo protagonista y con la intención de darle una simetría al argumento
...

Escena:
00:35:46 - 00:36:09 /
Escena:
00:42:12 - 00:43:12 (Escenas 2, 3 y 4)

Siglo XVIII. El joven Redmond Barry, huérfano de padre, se
ha enamorado de su prima, a la que también pretende el Capitán John Quin.
Enfrentados en un duelo amañado, Redmond cree haber matado a Quin y huye a
Dublin. Decide alistarse en el ejército inglés, donde empieza a
desarrollar su enorme habilidad para sobrevivir. Un golpe de fortuna hace
que, estando en Alemania, le surja la posibilidad de desertar. Contiene
abundantes escenas repletas de simetría, como a lo largo de toda la
película.

Descubierto
por el Capitán Potzdorf, del ejército prusiano, le ofrece la posibilidad
de alistarse en el mismo o ir a los calabozos; la elección es
sencilla. Una vez en el ejército prusiano tiene la fortuna de salvar la
vida del Capitán Potzdorf, lo que le abre las puertas del servicio secreto
Prusiano.
Después conoce a un caballero que se dedica al juego, y que
le enseña el arte de las cartas. Barry usa todas las estratagemas y
mentiras para subir en la escala social y se casa con Lady Lyndon (Marisa
Berenson), una rica condesa. Adopta ese nombre y como Barry Lyndon se
establece en Inglaterra, siendo un hombre rico e influyente.
Sin embargo, con el tiempo
su fortuna cambiará, por el intentar poseer un titulo de nobleza, cual su
esposa tiene.
Pero el
ascenso a estas cumbres no le traerá la felicidad...
COMENTARIOS
Barry Lyndon es una de las películas más olvidadas de
Stanley Kubrick, al menos una que no obtuvo en el momento de su estreno la
repercusión que tuvieron anteriores obras suyas y que sólo poco a poco,
con la cierta revalorización con que ha contado la obra de este director
desde su muerte, empieza a ser redescubierta. Siendo en su momento una
película de elevado presupuesto (11 millones de dólares) y elaborada (dos
años y medio de trabajo y rodaje en Inglaterra, Irlanda del Sur y Alemania
del Este), no atrajo, sin embargo, la atención de público o crítica
especializada, pese a ser galardonada con cuatro Oscar (dirección
artística, vestuario, fotografía, banda sonora adaptada), así como otros
prestigiosos premios.
Y aún
más extraño resulta hoy en día este semifracaso, teniendo en cuenta que
esta obra pertenece al período más exitoso de Kubrick: se sitúa entre La
Naranja Mecánica y El Resplandor. Pero, por otra parte, no es extraño: es una película larga y lenta (de hecho, tiene un
intermedio), concebida a una escala épica, hipnótica, opaca, pero que
despliega algunos de los recursos más sutiles y exquisitos logrados por
Kubrick en toda su carrera.
Presenta una historia simple, sencilla, de las que el cine ya no cuenta,
basada en una obra que ya en 1844, cuando fue escrita, resultaba
nostálgica. En ella, y pese a las indicaciones del narrador omnisciente,
no encontraremos en Redmond Barry a un pícaro, un seductor o un avaro,
sino a un joven consumido de afán de vivir, que desea dinero y riquezas
tanto como aventuras y cariño, una metáfora de la continua lucha del ser
humano por lograr una felicidad siempre esquiva, y que cuando llega, puede
cegar el ansia de progresión para caer en una desgraciada quietud. Es un
cuadro rico en situaciones, algunas de las cuales pudiéramos pensar que
son anecdóticas, otras, excesivamente grandilocuentes, pero todas clave en
muchos sentidos para construir una vida como la de cualquiera de nosotros,
de las inquietudes de la juventud a la nostalgia de la edad adulta.
En
este sentido, la interpretación de Ryan O'Neal ha sido tan denostada como
alabada. En la época era fundamentalmente conocido por Love Story (Arthur
Hiller, 1970) y ostentaba una posición de galán, algo así como el Richard
Gere de nuestros días. Fue sin duda una apuesta fuerte del director optar
por un actor así. O'Neal Muestra un registro aparentemente limitado,
basado en los silencios, en las reacciones, en una expresividad facial
basada en la mirada, en los gestos, pero que constituye la que seguramente
sería la mejor manera de construir el personaje a la vez confuso y
decidido, valiente y oportunista como es Redmond Barry.
Como
Barry Lyndon, seductor, amantísimo, tierno, desesperado y caído en
desgracia; la progresión es sencillamente conmovedora. A la vez, otro de
los recursos de la película en materia de actuación es la presentación de
diferentes y muy talentosos secundarios, que en la primera parte se
suceden y en la segunda se acumulan, todos ellos actores extremadamente
competentes: Marisa Berenson, Patrick Magee, Hardy Kruger, tristemente
desconocidos hoy en día.
En cuanto a la cámara, (uno de los grandes atractivos del
cine de Kubrick, especialmente cuando su director de fotografía, John
Alcott, está de por medio), es muy conocida la decisión del director de
rodar la película con la luz menos artificial posible. Esta pretensión se
reveló como un problema a la hora de rodar en interiores, máxime si éstos
habían de ser iluminados únicamente con velas. Kubrick no deseaba usar
focos; quería que fueran únicamente las velas las que proveyeran de luz y
expresividad a la escena. Sin embargo, no existían objetivos lo bastante
sensibles en la época. Por lo que Kubrick se dirigió a la mismísima NASA,
cuyos ingenieros en óptica, en colaboración con la empresa Zeiss
construyeron para él una lente de 50mm, F0.7. Y al no existir cámaras a
las que pudiera adaptarse dicha lente, Cinema Products Corp. fabricó para
él una adaptación de la 35mm Mitchell BNC, elementos con los que se logró
el resultado auténtico, veraz y único que podemos disfrutar en esta
película.
Es un
filme basado en gran parte en la pintura del siglo XVIII, y que utiliza
esta influencia declarada de varias maneras. Por un lado, al igual que en
El Resplandor se hizo famoso ese travelling que persigue a los personajes
como una amenaza, en Barry Lyndon tenemos un recurrente plano: un zoom
invertido, muy lento, imperceptible, que suele partir de un grupo de
personajes para mostrarnos, en una manera serena pero grandilocuente, un
paisaje compuesto y coloreado de siglo XVIII del que los quietos
personajes retratados echan de repente a andar: no es extraño que pensemos
en Gainsborough, Reynolds, Hogarth o Constable. Por otro lado, la pintura
dieciochesca sirvió como fuente para maquillaje, decorados, y trajes, no
específicamente para dar la inspiración, sino para copiar literalmente
algunos de ellos y así hacer más creíble la estética de la película.
Por
último, dediquemos unas líneas a la música, elemento insoslayable en
cualquier película de Kubrick y que en esta ocasión, como ocurrió en otras
películas, no cuenta con ningún tema realizado expresamente para la banda
sonora, sino que todo son piezas de compositores clásicos que se ajustan
perfectamente a la película. También aquí tenemos ese otro elemento tan
habitual en el director: la reiteración de ciertos temas, su
personificación como leitmotivs asociados a un personajes o situación en
concreto: identificaremos, pues, el Trío para Piano (op.100) de Schubert
con Lady Lyndon, o la Sarabande de Haydn con una muerte inminente. Sin
embargo, hay que anotar que en esta ocasión, con la música, Kubrick "hace
trampa" en dos ocasiones: por un lado, no toda la música es contemporánea
a la acción: véase Schubert. Por otro, los temas que escuchamos no son
estrictamente las partituras originales, sino adaptaciones de Leonard
Rosenman, que les dio un aspecto más dramático, menos llano que el que
sugerían las composiciones originales.
En
resumen, por fin hoy en día empieza a verse que cualquier comentario sobre
Barry Lyndon (especialmente si nos referimos a cuestiones semánticas,
implicaciones filosóficas, metacinematografía) se queda escaso. Es una
película destinada a ganar validez e importancia en el tiempo, quizá a
superar a postreros éxitos anteriores que parecen estar envejeciendo peor,
(como La Naranja Mecánica), y, decididamente, a hallar por fin un hueco
seguro entre las mejores películas de la historia del cine.
OSCAR 1975
Oscar
a la mejor fotografía: John Alcott (Ganadora)
Oscar
a la mejor dirección artística (Ganadora)
Oscar
a la mejor banda sonora: - Leonard Rosenmanad (Ganadora)
Oscar
al mejor diseño de vestuario: Ulla-Britt Sôderlund y Milena Canonero
(Ganadora)
Oscar
a la mejor película (Nominada)
Oscar
al mejor director: Stanley Kubrick (Nominada)
Oscar
al mejor guión adaptado: Stanley Kubrick (Nominada)
|
|